Rayuela
1. f. Juego en el que , tirando monedas o tejos a una raya hecha en el suelo y a cierta distancia, gana quien la toca o más se acerca a ella. (Real Academia Española)
2. f. Juego de muchachos que consiste en sacar de varias divisiones trazadas en el suelo un tejo al que se da con un pie, llevando el otro en el aire y cuidando de no pisar las rayas y de que el tejo no se detenga en ellas. (Real Academia Española)
3. Era importante conseguir un trozo de tiza que escondíamos en los bolsillos del babi, sino utilizábamos un trozo de ladrillo que dejaba trazos naranjas rojizos en el suelo, o un pedazo de aquella pared blanca que se desmoronaba para que nosotras dibujáramos rayuelas en el patio. Cuando teníamos suerte, robábamos los suficientes trozos de tizas de colores, y entonces el 1 era verde, el 2 amarillo... Empezaba el juego, con la falda del uniforme por encima de las rodillas, con los calcetines resbalando hasta el tobillo y dejando al descubierto las tiritas que luego arrancaríamos sin piedad. Cuando llegábamos al 3, el cielo parecía cada vez más cerca, sobre una sola pierna recogíamos la piedra y en el 4 y el 5 apoyábamos los dos zapatos ya manchados de tierra, de nuevo sobre un solo pie en el 6-cielo, media vuelta y de nuevo intentar acertar y no tropezar.
4. Fue al comienzo de la Universidad cuando alguien me regalo un pedazo de Rayuela. Luego llegaron sus cuentos y subir a un tren, pasear por la calle, leer en el suelo de los pasillos de la biblioteca, fumar un cigarro al final de una clase, un café con un amigo, sonreír a un desconocido, un chato de vino en cualquier tasca, atravesar un parque... todo lo veía a través de un caleidoscopio. Cortazar me devolvió el mundo que deje en el patio de un colegio, dibujando con tizas de colores en el suelo.
7. Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja... Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.
68. Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.